Todos los domingueños conocen el Rancho Arizona, ya que es un punto de encuentro para actividades comunales, celebraciones familiares y hasta reuniones políticas; sin embargo, pocos saben la historia detrás de este exitoso modelo agroindustrial, en manos de la quinta generación de la familia, las hermanas Paula y Carla Salas.
“Mi abuelito hablaba y se escuchaba, por lo que tenía que decir y por su tono, él era un hombre visionario y previsor, como que iba siempre adelante, entonces mi abuelito hablaba dos cosas muy interesantes que el día de hoy lo seguimos escuchando muchísimo que es la diferenciación económica, pero él hablaba de es que no todos huevos puede estar en el mismo canasto, eso es lo que decía mi abuelito, hoy decimos que hay que diversificarse económicamente, también hablaba de cuidar el ambiente, recuerdo en los años 80 a mi abuelito hablar con mi papá que estamos vendiendo oxígeno, y era el bosque doña Alicia, yo tenía siete u ocho años, ahora todo se aclara, él quitó unos pinos que siempre quemaban en la entrada de la finca, y la sembró con árboles nativos, eso en los 80 era algo novedoso”, detalló Paula.
Ellas guardan con orgullo el legado de sus abuelos, y las enseñanzas de “no poner todos los huevos en la misma canasta” fueron clave para enfrentar la crisis que llegó de la mano de la pandemia, cuándo fue transformar la casa de verano de sus abuelos en un lugar para rentar a extranjeros lo que les ayudó a cubrir las necesidades de la finca.
Así como el amor por la protección de la naturaleza, y su modelo agroindustrial incluye procesar todos los desechos del café, una parte para generar abono y otra parte para elaboración productos de belleza.
Hace siete años asumen la dirección de la finca, donde hasta entonces solo iban de paseo con la familia, ya que la administraba su papá, a quien la muerte tomó por sorpresa hace siete años.
“Recuerdo a papá un día antes de fallecer, él llamó a los peones y les dio instrucciones de la finca, él amaba esta finca. Mi hermana y yo asumimos el reto, lo analizamos, lo más fácil habría sido vender y cada quien con lo suyo, pero entramos a lo más complejo que era trabajar juntas para sacarla adelante. La vemos como un modelo agroindustrial y no solo como la finca”, detalló Paula de profesión gerontóloga, quien está al frente de las labores, ya que su hermana por razones familiares vive fuera del país.
“Ha sido un camino muy difícil, primero por enfrentar la muerte de papi, y luego decidir muy rápido que hacer con la finca, nosotras no sabíamos nada de esta actividad, empezamos por capacitarnos, llevamos un curso de caficultura integral. Yo soy una mujer de muchísima fe y creo que Dios le pone a uno la gente correcta en el camino y a los que no tienen que estar los va corriendo, y como que va allanando el camino, así encontramos a don Ricardo Rodríguez del ICAFE, él nos recomendó hacer un plan de renovación de fincas y así lo hicimos”, detalló.
Las plantaciones estaban agotadas y esa renovación les permitió contar con nuevas variedades más resistentes a plagas y con mayor productividad, aún quedan algunas hectáreas por renovar, y esperan completarlas este año.
La pandemia las sorprende precisamente en ese proceso de renovación de finca, y deciden procesar una parte del café en la propiedad, de manera muy artesanal, pero lo logran, y es el primer paso para contar con un lote que se puede vender fuera del país de manera diferenciada.
Gracias al proceso de capacitación constante, Paula hace el vínculo con una organización no gubernamental que ayuda a las mujeres productoras de café en diferentes ejes, entre ellos, la exportación de café a clientes potenciales.
Enviaron sus primeras muestras para una cata, y la sorpresa fue cuándo les dijeron que tenían un cliente en Toronto.
“Yo por supuesto casi me infarto porque uno entrega la muestra y la suelta, que sea lo que Dios quiera, lo puse en manos de Dios y cuándo recibimos la llamada fue algo impresionante, logramos hacer la primera exportación de nuestro café, algo pequeño, pero bueno, por ahí se empieza y este año otra vez estamos enviando muestras para ver si logramos exportar más”, detalló.
El mensaje de protección del ambiente de su abuelo lo recuerda cada vez que escucha el trinar de las aves en la finca, donde han sabido producir en armonía con el ambiente y ahora tienen nuevos retos, como son las certificaciones en programas como Bandera Azul, con la mirada puesta en la carbono neutralidad.
“Dentro de las cosas que nosotras queríamos retomar de mi abuelito era el tema de la concientización del ambiente y por eso decidimos empezar a certificarnos en temas ambientales, así entramos al programa de Bandera Azul con el Ministerio de Agricultura, nos capacitamos en temas de buenas prácticas agrícolas y quisimos abrir la finca para que otros productores también se puedan capacitar”, detalló.
En Rancho Arizona mantienen bajo cuidado todo el proceso del cultivo, desde la siembra de los granos que luego se convertirán en plántulas y en las nuevas plantas de café, la cama para secado, todo con una total trazabilidad por lote, lo que les permite conocer en detalle cada planta desde el grano hasta su destino final, sea exportarlo o procesarlo para venta en el país.
Los lotes que se exportan tienen un cuidado muy especial al recolectar el café, se desprende de la rama grano a grano y no “a chorro” como es lo usual, ya que solo se procesan los granos que están en su punto máximo de maduración, luego se pasa al proceso de secado, tienen varios tipos de acuerdo con el tipo de café que desean ofrecer.
“Nosotras creemos que podemos tener un agro de negocio exitoso de la mano del tema de conservación del ambiente, que es tan importante para nosotros y sin dejar de ser productivas, y no tener todos los huevos en el mismo canasto porque cuando el café, como este año, tiene tantas dificultades, entonces el salón saca la cara y cuándo el salón nos lo cerraron en pandemia porque no podíamos tener eventos, quien sacó la cara fue el café, entonces creo que esa ha sido parte de la combinación que nos ha servido para poder salir adelante”, explicó Paula.