
Nieto de un gran soñador, hombre de bien, que vendió una finca para ayudar a quienes perdieron sus tramos cuando se quemó el mercado de Heredia el siglo pasado, el joven Mauro Valverde, amaba a su abuelo y lo cuidó por un tiempo en su vejez, escuchó muchas veces sus historias y eso lo entusiasmaba, pero sentía que no podría seguir sus pasos, porque no creía en sí mismo.

Hasta que siete años atrás conoció a la mujer que le inyectaría esos deseos de vivir, de soñar un mundo construido por él, y fue así como inició su camino como emprendedor: sin dinero, pero con la confianza de que sí podía.

Atraído por quien hoy es su esposa, Lina Montoya, “metió la nariz” en la panadería que ella tenía y así descubrió su pasión por el arte de la elaboración de panes y la gastronomía.
Dejó su empleo como instalador de vidrios, para, con la ayuda de su esposa, sacar adelante la panadería, con varios tropiezos, que los llevaron incluso a cerrar y volver a empezar, y hoy tiene un negocio próspero y consolidado, con planes de seguir expandiéndose.

TROPIEZOS Y MÁS TROPIEZOS
Las cosas no fueron fáciles -recuerda- pero ya estaba acostumbrado a eso, porque su padre los dejó cuándo tenía 10 años y su madre Maga Lorena Herrera, los sacaba adelante dando clases en Upala, mientras continuaba sus estudios, para sacar adelante la familia, por lo que vivían con los abuelos.
Su primer intento con una panadería quebró a los pocos meses, el proyecto no logró consolidarse pese a la inversión que había realizado, sin dinero y con sus sueños rotos, tomó un tiempo para volver a darle forma.
Recuerda que como llegaba poca gente al negocio un día decidió hacer unos cangrejos arreglados y aprovechar la presa que se hacía en la calle principal de Santo Domingo para ir a ofrecerlos a los conductores que estaban ahí, y fue un éxito por unos días.
“Cómo nos estaba yendo bien vendiendo en la presa, ese día me preparé con 80 cangrejos, alisté 40 bien sabrosos, con lechuga, tomate, frijoles molidos y carne, y dejé listos los otros 40 panes para venir a arreglarlos. Salgo todo feliz con mi canasta de pan y cuándo llego a la calle, no había un solo carro, ese día habían abierto la calle”, recordó.
Consciente que no podía perder la inversión comenzó a caminar por las calles tocando puertas de negocios, casas, y hasta transeúntes.
“Recuerdo que los últimos se los ofrecí a un grupo de personal de seguridad que iba pasando, se los di a dos por uno, porque ya estaba cansado y quería volver. Lo que hacía en dos horas ese día tardé seis horas para venderlo, venía insolado, quemado y desilusionado”.
Pero no se dio por vencido y volvió a intentarlo, en otro lugar y con mejor suerte, aunque no sin problemas.
TODO HECHO CON SUS PROPIAS MANOS

Cuando ya tenía el nuevo local listo, arreglado a su gusto, porqué él mismo hizo las urnas para el pan aprovechando sus conocimientos en el trabajo de vidrio y madera, también con sus manos hizo los muebles y cada detalle de la decoración de la panadería, y se lanzó nuevamente.
La pandemia tampoco le ayudó ya que las empresas que le estaban comprando sus queques para eventos especiales, como la Pozuelo, dejaron de hacerlo porque ya no había eventos; sin embargo, con el apoyo de su familia siguió luchando.
“Me esfuerzo en dar calidad, cosas que antojen a las personas, la gente nota el amor, porque no me canso de meterle cosas, tenemos 36 plantas en el local, yo las cuido, tenemos lucecitas, buen arte y productos de excelente sabor”, comentó orgulloso.
El local está inspirado en Francia, la decoración incluye la torre Eiffel, el Arco del Triunfo, y varias obras de arte, espera algún día tener un local más amplio para convertirlo en una especie de galería donde artistas puedan mostrar sus obras al público
“Ahora tengo dos hornos grandes, cuatro mesas, somos 5 o 6 personas trabajando, me asombro de que no es solo bendición para mí sino para mucha gente. Tenemos un equipo hermoso de trabajo, seguimos soñando. Yo hace 7 años no soñaba, no creía en mí, ahora sí creo en mí”, afirmó.