LA GRAN MISERIA HUMANA

Imagen con fines ilustrativos

Escuchar el poema voz de Alfredo Monge del Valle

Una noche de misterio, estando el mundo dormido,

buscando un amor perdido pasé por el cementerio….

Desde el azul hemisferio la luna su luz ponía

sobre la muralla fría de la necrópolis santa,

en donde a los muertos canta el búho su triste elegía.

 

La luna sus limpideces a las tumbas ofrecía

y pulsaba el aura umbría el arpa de los cipreses.

Aquellas mil lobregueces, de mi corazón hermanas,

me inspiraron, y, con ganas de interrogar a la Parca,

entré a la glacial comarca de las miserias humanas.

 

Acompañado del cierzo, los difuntos visité,

y en cada tumba dejé una lágrima y un verso.

Estaba allí de perverso entre seres no ofensivos,

perturbando los cautivos en sus sepulcros desiertos…

¡Me fui a buscar a los muertos por tener miedo a los vivos!

 

La noche estaba muy bella y el aire muy sonoro,

refulgente dalia de oro semejaba cada estrella.

Y la brisa sin querella, por ser voluble y ser vana,

en esa mansión arcana, corría llena de embelesos,

poniendo sus frescos besos en la gran miseria humana.

 

La luna seguía brillando en el azul de los cielos,

y las nubes con sus velos sin miedo la iban tapando.

Y, en procesiones pasando por la inmensidad secreta,

iban, y la brisa inquieta retozaba en el saúz

que empapaba con su luz Diana, diosa del poeta.

 

La luna que Diana es, en aquella hermosa noche

se abrió como el áureo broche de una flor de esplendidez.

Sentí vacilar mis pies en tan lúgubre mansión,

y me senté en un panteón con la lira en una mano…

Como un revuelto océano temblaba mi corazón.

 

Bajo de un ciprés sombrío y verde cual la esperanza,

con su fúnebre acechanza estaba un cráneo vacío.

Yo sentí pavor y frío al mirar la calavera

pareciéndome en su esfera que se reía de mí,

y yo de ella me reí al verla calva y tan fiera:

 

Dime, humana calavera, ¿qué se hizo la carne aquella

que te dio hermosura bella cual lirio de primavera?

¿Qué se hizo tu cabellera tan frágil y tan liviana,

dorada cual la mañana de la aurora el nacimiento?

¿Qué se hizo tu pensamiento? ¡Responde, miseria humana!

 

Calavera sin pasiones, di qué se hicieron tus ojos

con que mataste de hinojos a idílicos corazones,

que repletos de ilusiones te amaron con soberana

pasión que no era villana, y en estas horas tranquilas

¿qué se hicieron tus pupilas? ¡Contesta, miseria humana!

 

Aquí donde no hay tropel, calavera sin resabios,

di qué se hicieron tus labios tan rojos como el clavel,

y dulces como la miel de la campiña romana;

esos tus labios de grana llenos de pasión mentida,

¿qué se hicieron en la vida? ¡Responde, miseria humana!

 

Calavera a quien feliz besa la luna de plata,

di por qué te encuentras chata si era larga tu nariz.

¿Dónde está la masa gris de tu cerebro pensante?

¿Dónde tu bello semblante y tu mejilla rosada,

que a besos en noche helada quiso comerse un amante?

 

Aquí donde todo es calma, contesta, cráneo vacío:

¿Qué se hizo tu poderío? ¿Qué fue de Laurina Palma?

¿Qué del placer de tu alma que te dio el amor un día?

Tu altivez, tu bizarría, tus sonrisas que mintieron,

dime, dime, ¿qué se hicieron, oh calavera sombría?

 

A mis interrogaciones el cráneo blanco callaba

mientras la luna alumbraba sarcófagos y panteones…

Y dije sin aflicciones: si eres el cráneo de aquella

que en la vida sin querella me despreció con desdén,

¡despréciame ahora también! ¡Eclipsa otra vez mi estrella!

 

Estamos en la mansión de la austera realidad.

¿Qué se hizo la liviandad que tenía tu corazón?

No respondes, mudos son tus labios que pronunciaron

cosas que ya se tornaron en pálidas flores muertas,

cosas que no fueron ciertas y mi pobre alma mataron!

 

Aquí en esta soledad que sólo cruza el cocuyo,

dime qué se hizo tu orgullo, tu amor y tu vanidad;

qué se hizo tu potestad de persona soberana

y mentirosa y galana que ostentó tanta belleza;

di qué se hizo tu grandeza… ¡Responde, miseria humana!

 

Vanidad de vanidades solamente son tus galas,

oh mariposa sin alas, llorando tus liviandades.

Las ópticas realidades te circundan con profundo

marasmo donde infecundo es el amor que iluminan…

Es aquí donde terminan las vanidades del mundo

 

Aquí en este camposanto se terminan los amores,

las alegrías, los dolores, el poderío y el encanto;

cesa en los ojos el llanto y el mundo vivo suspira;

aquí no llega la ira de la muchedumbre inquieta;

aquí termina el poeta y se enmudece su lira.

 

En este mundo hedonista, de egoísmo y de censura,

tan sólo la sepultura es la que no es egoísta.

Ella recibe humanista al santo y al condenado,

al pobre, al acaudalado, al perverso, al bueno, al caco,

al honrado, al gordo, al flaco, al bruto y al ilustrado.

 

Al rodar el ataúd en la hueca sepultura

se igualan en línea oscura el crimen y la virtud;

y en eterna laxitud que todo movimiento;

lanza gemidos el viento y la soledad se aterra

y ruedan sobre la tierra los cráneos sin pensamiento.

 

Aquí en este triste erial donde sucumbir es ley,

el esqueleto de un rey al de un esclavo es igual;

Aquí el toque funeral de la sonora campana

es a la cabeza cana como a la de negro pelo,

y ñata dando recelo es la calavera humana.

 

Aquí en este entristecido y lúgubre camposanto

termina del vate el canto, y del músico el sonido;

del pintor el colorido, y de su cerebro el foco

se consume sin sofoco, y sólo queda el recuerdo.

Aquí tanto vale un cuerdo, como lo que vale un loco.

 

Todo corazón se aterra al llegar a esta mansión

viendo clavar el cajón que se comerá la tierra.

Cuando una tumba se cierra el alma gime angustiada,

pero esa humana bandada que a otro hoy viene a sepultar,

mañana en este lugar será polvo… ¡será nada!.

 

En esta mansión glacial donde lo fatuo refleja,

se pudre la carne vieja como la carne jovial;

aquí el necio se hace igual al urbano de ilustrada

sociedad civilizada, y aquí la diosa riqueza

es igual a la pobreza… ¡Todo aquí es polvo y es nada!

 

Y dijo la calavera: Aquí en este camposanto,

se perdió todo mi encanto con que vanidosa era.

Se acabó mi cabellera que en un tiempo fue dorada,

y mi mejilla rosada como gasa de arrebol;

mis ojos que envidió el sol, aquí se volvieron nada!

 

Tan sólo el dolor es fuerte la vida es vano capullo,

yo vi acabarse mi orgullo bajo el peso de la muerte.

Ya todo es materia inerte, y en este triste lugar

se tiene que terminar el genio que esplendor tiene

y melancólico viene las tumbas a visitar.

 

Llorar en estos desiertos es una cosa muy vaga

porque el llanto nada paga ni resucita a los muertos,

que de paños recubiertos están en la loza fría;

aquí en un tétrico día cae el que peca, el que no peca…

Así, haciendo horrible mueca, la calavera decía.

 

Aquí está la gran verdad que sobre el orgullo pesa:

aquí la gentil belleza es igual a la fealdad;

aquí acaba la maldad y la bondad apreciada;

aquí la mujer casada es igual a la soltera…,

me decía la calavera con su voz apagada.

 

Yo soy el cráneo de aquella a quien le cantaste un día

poemas que no merecía porque no era así tan bella

como la primera estrella de Oriente o el tulipán

al que las auroras dan el rocío que deslíe…

Aquí el que de mi hoy se ríe de él mañana se reirán.

 

Yo escuchaba aquella cosa y lleno de horrible espanto

salí de aquel camposanto como veloz mariposa.

La luna pura y radiosa vertió su lumbre fugaz,

y la calavera audaz dijo al mirarme correr:

“¡Tú aquí tienes que volver, y calavera serás!”

 

Yo, ante razón tan sentida, sentí por el cuerpo mío

un extraño escalofrío casi perdiendo la vida.

Con el alma entristecida volví a mi celda cristiana,

meditando que mañana, por firme ley de la parca,

debo habitar la comarca de la Gran Miseria Humana.

 

  Autor: Gabriel Escorcia Gravini (colombiano, 1892 – 1920)

 

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