Los heredianos aún somos de una generación que creció entre potreros, cafetales, árboles frutales, calles sin pavimentar, en barrios donde la gente se conocía, se saludaba y donde era común que las personas se reunieran a conversar. En ese marco, las leyendas fueron importantes puntos de encuentro, en charlas en el café de las tres o en noches oscuras, y que poblaron nuestra imaginación con duendes y espantos.
Las leyendas, por definición son narraciones, originalmente transmitidas de forma oral, que cuentan hechos reales o fabulosos y que incluyen elementos fantásticos, propios del folclore y de la cultura popular. Las leyendas, si bien recordamos, tenían un objetivo que podríamos definir como “pedagógico”, pues tenían el ánimo de moralizar o dar una enseñanza. Será por su característica de narrar hechos entre el límite de lo mítico y lo real, que por difuso, nos fascinan y atrapan.
A lo largo de toda nuestra América Latina, por ejemplo, la leyenda de La llorona, atraviesa desde México hasta el Perú, con algunas variantes, pero fundamentalmente la historia es la misma. En una Heredia poblada de espejos de agua, cafetales olorosos y húmedos potreros, muchos atestiguan haber escuchado esos lamentos de la entraña femenina de aquel espectro en su búsqueda, que desde épocas prehispánicas, se han contado en noches de tertulia.
Las leyendas sirven para afirmar cosmovisiones o sistemas de valores comúnmente aceptados por la comunidad. En el caso de nuestra Llorona, Chokani, o de la Segua, Cihuatl, según la hermosa lengua nahuatl, se refuerzan las ideas de una feminidad y de un comportamiento que, por salir de los márgenes establecidos, recibieron un castigo eterno de vagar en soledad.
Hay leyendas cuyos elementos refieren a la naturaleza, a la tierra, tal es el caso de aquellas que refieren como surgieron los volcanes, por ejemplo; otras, en cambio, tienen elementos mágicos centrales, de seres humanos transformados en animales o en espantos, como ocurre con los duendes, las brujas y las carretas mágicamente haladas sin bueyes; y otras, por su parte, nos embelesan con historias de ángeles y vírgenes que aparecen para cuidar, salvar y proteger.
Como parte de la promoción de la cultura, la recuperación de la memoria popular es un imperativo. Si a ello aunamos que el fomento por el gusto de la lectura, por la escucha, por las formas y estilos en que de alguna manera, se modelaron, nuestras formas de ser, tenemos una excusa extraordinaria para acercarnos a un libro de leyendas maravilloso, publicado por la Editorial Universidad Nacional.
Leyendas costarricenses del reconocido bibliólogo, don Elías Zeledón Cartín, es una deliciosa recuperación de esas historias que todos conocemos y que no nos cansamos de escuchar y compartir. Estas historias tradicionales, nos recuerdan la necesidad de rescatar las mejores tradiciones que hicieron de este pueblo nuestro, una sociedad más hermanable, más pacífica, más cohesionada. El libro de don Elías, rescata la voz popular, y como él mismo nos dice tiene el objetivo de que “nuestros ciudadanos adquieran una verdadera conciencia del folclore de este país”. Esta obra está publicada, en su nueva edición, por la Editorial Universidad Nacional, cuyo esfuerzo por aportar a la sociedad costarricense, se denota en su lema: una ventana a la cultura.