
En un oficio históricamente dominado por hombres, Angélica Mejía levantó su empresa de movimiento de tierras —conocida en su comunidad como “La Guadalupana”— y se ganó un nombre a punta de trabajo, pericia y terquedad para no ceder ante el prejuicio. “La gente se asustaba al verme llegar con un camión o una vagoneta; creían que una mujer no podía hacer ese trabajo… al final, cuando veían el resultado, me felicitaban”, recuerda.
Angélica aprendió con su padre, casi por obligación el oficio, y le tomó amor a los bajos, como se le conoce a las retroexcavadoras, “no fue porque me gustara, sino porque mi papá me obligaba… ‘páseme la llave, jale el maneral”, recordó.

Años después, tras divorciarse y con tres hijos pequeños, convirtió ese aprendizaje en su ruta de independencia económica.
Cuando emprendió en solitario en el negocio de la maquinaria pesada, sus hijos tenían 13, 9 y 6 años; en más de una ocasión llegaba a la escuela a recogerlos en vagoneta al salir de clases: “les tocaba la pitoreta y salían corriendo todos contentos”, narró.


MEZCLA DE SENSACIONES
Recuerda que enfrentó situaciones complicadas cuándo clientes al verla llegar se molestaban porque era una mujer la que iba con la retroexcavadora o con la vagoneta, pero también, muchas otras personas la felicitaban y hasta le pedían tomarle fotos, al extrañarse de ver una mujer haciendo esos trabajos.
En estaciones de servicio le pedían fotos por lo inusual de verla al volante de equipo pesado cargando combustible.
Y a los clientes que dudaban de su capacidad con el equipo pesado, les demostraba con su capacidad, que se había ganado el lugar, igual al dirigir personal en proyectos de gran magnitud, donde dirigía a diferentes vagoneteros.
Fue la única mujer en un proyecto industrial de Molinos de Costa Rica en Caldera, y lideró movimientos de tierra y urbanizaciones en Guanacaste, como Guapinol y La Cruz, incluida una urbanización de 190 casas y en Heredia.
Recuerda entre sus obras un proyecto de bodegas en la zona de Riteve, en Heredia, donde tuvo que sustituir el suelo cavando más de dos metros de profundidad para extraer el suelo que existía y poder rehacerlo con uno que diera firmeza al proyecto. Todo gracias a lo aprendido con la práctica y enseñanzas de ingenieros que la apoyaron en su camino.

Demoliciones de alto riesgo y jornadas de 24 horas
Supervisó demoliciones 24/7 en San José, con ventanas de trabajo condicionadas por la restricción vehicular, lo que la obligó a encadenar turnos y permanecer varios días en obra, dejando todo lo demás de lado. “Hubo días en los que no podía ni bañarme; debía quedarme supervisando todo el tiempo”.
En Guadalupe, la demolición de una casona antigua casi le cuesta la vida: la estructura colapsó sobre la retroexcavadora y sobre ella; el operador logró cubrirla con el balde de la máquina para protegerla de tablones y clavos. Entre los escombros, narra un episodio insólito: una “ola de cucarachas” la hizo gritar mientras lograban sacarla. Tres días después concluyeron la demolición.
También trabajó frente al McDonald’s de Heredia, donde tuvo que cerrar un carril y maniobrar el brazo del bajo para evitar que los escombros cayeran sobre los vehículos en tránsito.
Su “universidad” fue el terreno y la guía de ingenieros que vieron su hambre de aprender: le enseñaron a leer curvas de nivel, calcular desniveles y diseñar bombeos en calles.

Su mayor obra: tres hijos con alas propias
El motor de su vida fue la educación de Juan José, Víctor e Hilbert: “todo fue educación pagada privada”. Hoy presume al mayor como arquitecto con maestría cursada en línea en Barcelona; el segundo, chef; y el menor, a punto de concluir dibujo técnico.
Hoy Juan José cuenta con su empresa y como ingeniero busca innovar con materiales más amigables con el ambiente, y sin dejar de lado lo aprendido al lado de su madre.
El costo del esfuerzo en el cuerpo le pasa la factura, y hoy convive con un desgaste degenerativo severo en la columna, incluida una vértebra deformada cuyos “picos” rozan nervios y le provocan dolor permanente. Prefiere, aun así, moverse y hacer tareas domésticas antes que quedarse en cama. Explora fisioterapia y ejercicios en agua (hidroquinesia) para aliviar síntomas y recuperar movilidad.
“Luché demasiado, pero valió la pena. Saqué adelante a mis hijos y demostré que una mujer sí puede manejar un ‘bajo’ y mucho más”, asegura con orgullo.


