DÍA DE DIFUNTOS: PARA RECORDAR Y ORAR POR QUIENES YA NO ESTÁN

Esta celebración católica tiene como propósito rezar por los fallecidos al menos una vez al año, dado que esto ayuda a purificar sus almas de los pecados veniales que no les dio tiempo de limpiar antes de fallecer, dado que una vez en el Purgatorio las ánimas no pueden hacerlo.

El Día de Difuntos fue instituida en el año 998 por el benedictino San Odilón de Francia y adoptada por Roma en el siglo XVI y a partir de entonces comenzó a rememorarse entre los católicos de todo el mundo.

La celebración concretamente se basa en la doctrina de que las almas de los fieles que al tiempo de morir no han sido limpiadas de pecados veniales, o que no han hecho expiación por transgresiones del pasado, no pueden alcanzar la Visión Beatífica, y que se les puede ayudar a alcanzarla por rezos y misas.

Durante este día los creyentes ofrecen sus oraciones o sufragios, sacrificios y la misa para que los fieles difuntos lleguen a la presencia de Dios.

En muchas de las comunidades se realizan misas en los cementerios para aprovechar que los familiares visitan las tumbas donde descansan sus familiares y puedan ofrecer la misa por ellos.

EL POETA DE LA MUERTE

Uno de los poemas más bellos dedicados a la muerte lo escribió en el colombiano Gabriel Escorcia, se le conoce como “La Gran Miseria Humana”, un joven condenado a la soledad tras contraer lepra y cuya única salida posible era visitar el cementerio por las noches, ya que los leprosos tenían prohibido el contacto con la sociedad.

Según las recopilaciones de su vida, este joven descendiente de italianos, delgado, alto y de ojos azules, nació en 1982, y tras contagiarse de lepra su familia le construyó un cuarto especial que él llamó “Mi celda cristiana” y se dedicó a escribir

Según la biografía publicada para el centenario de su muerte, se indica que Gabriel Escorcia se preparó en su encierro aprendiendo diferentes temas, especialmente la literatura, leyó a Julio Flórez y escribió décimas para los concursos de decimeros que se celebraban en las cantinas del pueblo.

Su amigo el también poeta José Miguel Orozco hacía de mensajero para que los poemas de Gabriel fueran declamados por un famoso versificador: Manuel María Castro.

También le llevaba los poemas escritos a la joven amada, quien los leía utilizando guantes y luego los quemaba, debido a la lepra de su autor.

Vestido de blanco, visitaba todas las noches el cementerio, donde encontraba paz, se podía sentir a gusto, lejos de la sociedad que lo apartó, que lo veía con desprecio y burla, durante esos paseos se inspiraba para escribir, hasta el 28 de diciembre de 1920 cuándo se apagó su vida y volvió al camposanto para no salir más.

Existen varias versiones sobre cómo su poema se salvó del fuego en que ardió su aposento al morir, pero por cosas del destino, 55 años después de la muerte del joven su bello poema llegó a manos del maestro Lisandro Meza en los Palmitos, en Sucre, una mañana de 1975, quien le puso la música en el género del Son y fue un éxito.

Desde entonces el poema ha recorrido el mundo, acompañando las reflexiones sobre la muerte.

 

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