Una de las empresas que se ha ganado un lugar en el corazón de los Heredianos es el Vivero El Zamorano, ubicado en San Isidro. Su propietario Ernesto Martínez, afirma que hoy cosechan el esfuerzo de muchos años, el impulso y creatividad de sus padres, quienes enfrentaron muchos retos para cumplir el sueño de tener su propia empresa.
La finca donde se ubica el vivero la compró su padre don Orlando Martínez, en 1969 en 35 mil colones, que pagó con la ganancia de una cosecha de ajos que sembró en un terreno alquilado en Moravia, el cual fue atendido por su mamá, con la guía por correo de su padre que en ese momento salió a Israel para realizar estudios del sistema de riego y fertilizantes.
“Papá trabaja de lunes a viernes en el Ministerio de Agricultura, y los fines de semana trabaja en extensión, se iba a visitar diferentes lugares del Valle Central para ayudarle a los agricultores a sembrar, con los conocimientos que tenía porque era graduado de la Escuela Panamericana de Agricultura El Zamorano, en Honduras”.
Iniciaron con repollos y terminaron con flores
Precisamente de allí viene el nombre del vivero, que inició como un enorme sembradío de repollo; sin embargo, ante los malos precios que le ofrecieron cuando llegó a vender al Mercado Borbón, optó por cambiar de línea, no sin antes regalarle a instituciones y familias de escasos recursos de Heredia toda la cosecha.
“Recuerdo que papá nos dijo a mamá a mi hermano Julio y a mí, que no volvería a sembrar nada que otra persona le pusiera precio, y así lo hizo, hoy me siento muy orgulloso de poder seguir con su ejemplo”, destacó don Ernesto a quien se le enrojecen los ojos y la voz se le apaga al recordar los sacrificios de sus padres para sacar adelante este sueño.
El siguiente paso fue hacia las plantas ornamentales, para entonces en el país solo existían dos viveros, y don Orlando aprovechó los conocimientos de uno de sus primeros cursos universitarios, para hacer injertos e ir mejorando variedades de plantas, así empezó a reproducir geranios, claveles y rosas entre otras plantas, labor que realizaba con la ayuda de su esposa y de un amigo, mientras él aún pequeño jugaba en la finca, que con los años se convertiría en su hogar.
“Papá no era egoísta y enseñó a muchas personas a injertar y reproducir, nos dijo que pronto iba a haber más viveros que restaurantes chinos y efectivamente, los viveros se multiplicaron”, recordó don Ernesto, por lo que variaron la línea para vender flores. Su mamá abrió una floristería cerca de la tienda donde un día entró como empleada y luego se convirtió en la dueña, como regalo de don Orlando, posteriormente abrió 7 floristerías más, y así como en un momento aprendió a cultivar ajos, luego dominó el arte de la decoración floral, hasta que por enfermedad, debió bajar el ritmo y se concentró en apoyar el vivero.
“Fueron épocas de mucho sacrificio, como familia nos privamos de muchas cosas cuando yo era adolescente porque la finca demandaba todo el esfuerzo económico. Mamá María de los Ángeles Cordero era el pilar, la voz de apoyo y aliento, una mujer emprendedora”, recordó.
Incluso don Ernesto estudió administración de empresas por la noche para dedicar el día a trabajar en el vivero.
Un duro golpe generó un nuevo negocio
Cuando don Ernesto afirma que no ha sido un camino de flores tiene razón, ya que cuando el vivero estaba en su mejor momento, comenzaron a exportar flores a Estados Unidos, y varios clientes los estafaron, dejándoles una gigantesca deuda de medio millón de dólares.
El suceso coincidió con el inicio de la nueva vida de don Ernesto quien acababa de contraer matrimonio y la caída del precio de las flores por el exceso de oferta, lo que los llevó a concentrarse solamente en las floristerías de la familia.
“La empresa sufrió mucho, papá ya pensionado usó la pensión para enfrentar pagos y arreglos con proveedores que nunca nos dieron la espalda, como Polymer, Yanber, Agrícola Piscis y otras más con las que vivo agradecido, tuvimos que vender activos como camiones, y la raíz de helecho de exportación”, recordó don Ernesto.
En medio de la crisis se reinventaron para avanzar con el cultivo de plantas, traían semillas de otros países para ampliar la variedad y se dedicaron a la venta al público de plantas.
Mientras don Ernesto sin abandonar el vivero, inició un nuevo mercado, la elaboración de decoración de jardines, así nació su empresa Paisaco, que hoy por hoy figura entre las más reconocidas en su línea.
Recuerda que su esposa comprendió el sacrificio que había que hacer y se convirtió compañera. Hoy también uno de sus hijos se unió al equipo y les ayuda en la parte de mercadeo y publicidad.
El tiempo de cosecha llegó
Pero el tiempo de la cosecha llegó, y la familia recogió el éxito de aquel esfuerzo, sus padres disfrutaron ver cómo el sueño crecía día a día, incluso un mes antes de que su padre falleciera, adquirieron una finca que él mismo escogió en Sarapiquí para sembrar allá especies de clima caliente, que no se daban bien en el frío de San Isidro.
“Papá y mamá me enseñaron el trabajo en equipo, aprendí de ellos el esfuerzo, a valorar las cosas y la humildad, porque se puede aprender de todas las personas, incluso del más humilde, aprendí a darle gracias a Dios por todo lo que nos repara, porque nada es de nosotros, somos simples administradores de sus bienes”, comentó, y esta filosofía de vida la ha transmitido también a sus hijos.
Hoy por hoy El Zamorano es un ejemplo de éxito, fueron pioneros en el cultivo y venta de pastoras, realizan tres siembras de ésta planta al año para ofrecer desde inicios de noviembre más de 30 mil pastoras, de diversos tamaños y colores.
Sin descuidar el resto de sus plantas, ya que cultivan desde plantas aromáticas y medicinales como la manzanilla, el romero y la ruda, hasta las más hermosas flores, geranios, rosas, claves y hortensias.
No ha pasado por su mente la idea de vender o cambiar el giro de su negocio, pese a que ha recibido ofertas, ya que es un lugar muy apetecido para residenciales, pero afirma que no podría dejar esa tierra, porque cada rincón está lleno de recuerdos.
Las huellas de sus padres aún están frescas y él trata de seguirlas con la misma convicción que ellos lo iniciaron y espera que sus hijos también se enamoren de esa tierra.