Aprendió a hacer canastos “a pata pelada”, desde que tenía 8 años, porque era el mayor de los hermanos de su familia, y el único varón hasta ese momento, por lo que su padre le dijo que tenía que ayudarle.
“Vivíamos en una gran pobreza, pero éramos muy unidos y aprendimos a trabajar, yo admiré a mi papá, un hombre valiente, que trabajaba sin descanso, y de mamá ni se diga, una mujer maravillosa”, recordó don Víctor Manuel Sánchez Montero.
Hoy a sus 82 años, sigue haciendo canastas sin zapatos, porque la habilidad para armar la base de las canastas la tiene desarrollada en sus pies, que con movimientos casi automáticos doblan las tiras de bambú.
Luego con sus manos completa la obra, aunque ya una de ellas ha ido perdiendo la movilidad. Pero su salud no es obstáculo para seguir haciendo lo que ama: canastas. De todo tipo y tamaño.
Decidió participar en el Certamen Nuestras Artesanías Tradicionales, Edición 200 años de la Independencia de Costa Rica, Cestería: Entrelazando Saberes, organizado por el Ministerio de Cultura, porque quería dejar un legado a sus hijos y que se sintieran orgullosos de él, comentó.
Su destreza para el arte de la cestería le valió el tercer lugar a nivel nacional en la categoría de Cestería Tradicional Mestiza, con sus canastas tipo “Tinaja”, que son parte de la gran variedad de cestas de bambú que confecciona.
“Papá duró 40 años caminando a pie hasta San José con los canastos al hombro, era un hombre tan valiente, algo especial, no le arrugaba la cara a nada. Decía papá que yo era el que le ayudaba, y lo hacía con todo el amor, porque sabía lo que él sufría en ese trabajo, y la pobreza de nosotros, supe lo que fue arrimar un palo en la cocina para sentarnos para que nos dieran de comer, no teníamos muebles, medio comíamos, pero sí aprendimos a trabajar y a querer el trabajo”, recordó.
Los diseños que elabora salieron de su imaginación, al igual que el perfeccionamiento de la técnica. Aprendió con su mamá María Romelia Montero Miranda a hacer las canastas básicas hace casi 70 años, y cuando fue adulto y formó su familia, continuó trabajando con sus padres hasta que su mamá falleció.
“Papá iba por el material, caminaba hasta Santa Bárbara para traerlo, yo cuando era chiquillo lo acompañaba y más de una vez terminé llorando porque no podía seguirle el paso; mamá alistaba el material, yo hacía los canastos, y papá salía a venderlos, con más de una docena al hombro caminaba hasta San José para venderlos, era un hombre muy valiente”, recordó don Víctor Manuel.
¿QUIÉN SIGUIRÁ SUS PASOS?
Una de las cosas que le duele a don Víctor Manuel es que se acaban los canasteros, porque la gran mayoría son adultos mayores, y la juventud no quiere aprender este arte.
“Esto es una pequeña profesión, yo le dijo a la juventud que está sin trabajo, que aprendan a hacer canastas, es una forma muy bonita de trabajar. Yo sé que, si un día no tengo plata, salgo con un par de canastas y las vendo, al ratito ya tengo la plata para lo que necesitaba”, comentó.
En su familia, de sus siete hijos, los varones aprendieron a hacer canastas, pero uno murió en un accidente de tránsito, a menos de un mes de haber dejado el trabajo en cestería para irse a laborar a una fábrica en Heredia.
Las hijas no aprendieron a hacerlos, aunque algunas veces sí lo acompañaban cuando salía a venderlos.
“Los otros dos varones Víctor Julio y Juan Carlos Sánchez, ellos aprendieron el arte de hacer canastas, mamá enseñó al mayor, uno de ellos es el que me vende las que yo hago, pero ya trabajo poco, por mi salud, tengo tres hernias y estoy en espera que me operen de la próstata, uso pañales, tengo la mano tiesa, pero aun así trabajo, porque esto es mi pasión, no puedo estar de vago, eso me enferma más”, comentó don Víctor Manuel.
Aunque sus dos hijos aprendieron el arte de la cestería, don Víctor quisiera transmitirles sus conocimientos a más personas, para que no se pierda la tradición.